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Autor Tema: entrevista a Fátima Gil, componente del Equipo Español de Alpinismo Femenino  (Leído 4250 veces)

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Fátima Gil. Miembro del Equipo Nacional Femenino de Alpinismo: “El tema montaña-mujer es dificil. Queda mucho por hacer”

La alpinista madrileña vino al Club Pirineos con la conferencia “LAS CHICAS SON GUERRERAS”, donde los que asistimos pudimos disfrutar del emocionante relato de sus aventuras. Aprovechamos para conocer su lado más personal




Fátima Gil es natural de Madrid. Desde muy pequeña lleva observando el Pico de la Miel, en la Cabrera, esa mole granítica que admiraba cuando iba en coche a Horcajo de la Sierra, una aldea de la sierra de Madrid. “Mamá, algún día escalaré esa montaña”, avisaba. Era su sueño, y aunque su madre asintió en darle ese capricho con la condición de subirlo caminando, en cuanto se vio preparada para hacerlo, lo cumplió.
Fátima llega a la sede acompañada de Félix Escobar, responsable de la sección de Alta Montaña del Club Pirineos. Con apariencia sencilla, viste con mallas deportivas, calzado de aproximación, camiseta de algodón, y forro polar fucsia. Ha venido a Zaragoza con la ola de frío siberiano y con una banda de punto grueso que protege su frente y orejas.



Fátima es miembro del Equipo Nacional Femenino de Alpinismo. También es modelo, actriz, periodista y alpinista. Le gusta tanto una faceta como las otras. Para poder ejercer su pasión aventurera la combina con sesiones de fotos para anuncios y rodajes de spots, que es lo que le da de comer y lo que le permite ir de acá para allá conquistando hazañas mientras duerme colgada en una pared. “Trabajar lo justo para que me de lo suficiente para poder viajar y escalar”. Desde que hiciera un reportaje fotográfico para una revista internacional de moda -que no le pagaron- se convirtió en modelo y es su profesión real. “Me encanta, Lo que pasa es que es muy inestable”, reconoce. “Pero si me pudiera dedicar a ello toda la vida y poder compaginarlo con el alpinismo, sería genial”.
En realidad ella quería ser actriz, pero a la familia no le gustaba mucho esa idea y pretendieron convencerla de que estudiara una profesión “de provecho”. El periodismo le vino de casualidad. “Quise estudiar interpretación. Cuando hice la selectividad me dijeron que en Periodismo había asignaturas de interpretación y quise cursarlo. Ejercí la profesión un tiempo como colaboradora de una revista de medio ambiente”, recuerda, “pero no me daba para vivir. Ahora me sirve para desarrollar mi afición por escribir, que lo hago en mi blog”. Surge un comentario cómplice sobre lo que nos gusta y lo que no de este oficio. Coincidimos en que lo má bonito es la difícil tarea de describir al lector lo que tú ves y transmitirle cómo te sientes.
De los cuatro campos en los que se mueve, el de alpinista pondera sobre los demás. Desde que establecimos contacto le transmití mi idea de hacerle una entrevista más en profundidad. En la web ya hay información sobre la Fátima escaladora, sus entrevistas en las publicaciones deportivas y en la suya propia, su aventura escalando el Pilar del Cantábrico, siendo la primera cordada femenina que lo escala. Quería conocer a la Fátima persona, a la mujer, su parte más esencial, lo que ella me quisiera mostrar, claro. No puedo decir que haya sido una tarea fácil, porque frente a mis preguntas insistentes más personales, me topaba con su yo montañera una y otra vez.
Luce unos ojos despiertos, una sonrisa clara y bonita, una voz viva y muy femenina.
¿Qué es lo mejor de ser alpinista? Estar en contacto con la naturaleza. Tanto en la montaña como en el mar. Te transmite mucha paz, mucha alegría. Hay momentos muy duros también, pero me compensa. El compañerismo me llena mucho. ¿Y lo peor? Pues ya te lo diré. Tengo un proyecto de ir a Perú en verano, A ver como me sientan las alturas. Lo máximo que he hecho han sido cuatromiles y no sé cómo reaccionaré.




Tiene una apariencia frágil, pero si se pega tres días escalando en una pared no lo debe de ser en absoluto, tiene que tener la cabeza muy bien amueblada. “La seguridad en uno mismo no es un mito”, sentencia. Y continúa: “Yo lo llamaría gestión del riesgo”. Recuerda que “en mis comienzos he llegado a entrar en pánico. Momentos en los que lloras, te bloqueas  y no puedes manejar la situación. Te paras a pensar y ves que así no vas a salir. En esos momentos te das cuenta de que cuanto más rato estés en ese estado, es peor, que no compensa. Te agotas, te quemas”, asegura Fátima. “Entonces es cuando haces lo posible para que tu cabeza vuelva otra vez a funcionar y comienza el momento “gestión del riesgo”. Cuando reaccionas y actúas, sales de la situación. Te das cuenta que entrar en pánico no funciona. La zona de confort aumenta según vas superando dificultades y enfrentándote a situaciones de riesgo. Aprendes a identificar cuando va a llegar ese momento de pánico, y ya sabes cómo reaccionar. Aplicas la gestión del riesgo y sales. La escalada clásica y la artificial es todo el rato gestión de emociones”, explica. “La cabeza muchas veces te dice que no se puede, y te tienes que autoengañar, pero quieres un poquito más, un poquito más, hasta que sales. El compañero también te ayuda un montón. En ocasiones te anima él y en otras eres tu el que anima”.
Ser mujer y estar en un medio predominantemente masculino no es fácil. “Es muy complicado ese tema”, comenta con resignación. “Noto que todavía hay mucho camino por recorrer. Desde que he salido en las revistas me ha cambiado la perspectiva. A veces la gente hace comentarios feos, y muchos por ser chica. Nunca llego a una conclusión clara de por qué pasa.”, lamenta. “Estoy dando conferencias, y sé que rompo cánones. Eso choca con el alpinista superduro, que se le congelan los dedos, que lo pasa muy mal, Y nosotras lo contamos desde el punto de vista de: Qué bien me lo paso y qué divertido es todo. También es verdad que hay momentos muy duros, cómo no”. Pero reconoce que “tengo la suerte de  haber nacido en este país y en esta época y que puedo hacer lo que quiero hacer, aunque cueste y a veces perciba cosas raras”. Asegura que en la escalada “la rivalidad existe. Entre ellos y entre nosotras. Pienso que lo que debe de importar al final es hacer algo con un compañero y dejarte de tonterías, que te realices como persona y que no te sobreprotejan. Dice que “a veces he tenido la sensación de que el otro piensa: “anda quita que ya lo hago yo”. Pero también en otras otras el resultado ha sido: “No lo veo claro, me bajo. Y le digo: pues lo intento yo. Y sacarlo.

Presiones y apoyos

Su familia no ve con buenos ojos que dedique tanto tiempo a esta afición montañera y recibe presiones. “Desde que estoy en el equipo parece que lo aceptan mejor. Aunque formando parte de él quizás te fuerzas más, nos exigen más”. Le alivia saber que a su padre verla dar conferencias le ayuda a entenderla un poco más, pero “a mi madre no, porque ahora conoce cosas que hago que antes no conocía, como que duerma colgada de un arnés”. Quiere que su hija haga cosas normales de chicas, otros deportes. “De pequeña me apuntaron a gimnasia rítmica”, recuerda. “No entiende qué hago, ni por qué, ni para qué”. Le pregunto por los apoyos que recibe. Piensa en silencio, intenta encontrarlos pero no lo consigue: “Es que la gente que no va a la montaña no te entiende. A veces mi gente ve fotos y me dicen “qué loca estás”, pero no tanto como para apoyarme. Tienen miedo de que me pueda pasar algo. Yo también tengo miedo ante lo desconocido, no te creas. Estás más en riesgo que en otras circunstancias más cotidianas. Los apoyos son de sponsors, apoyo material”.
Para Fátima todos los logros que consigue son importantes. Cada paso en su camino es una superación, viaje con el apoyo de sus cercanos o no. El Pilar del Cantábrico, o Mediterráneo, en la cara oeste del Pico Urriellu es lo último que ha hecho. “Lo difícil es empezar, como en todo”.
Educada en un colegio de monjas donde recibió buenos valores, agradece la constancia en el estudio que allí le inculcaron y que luego pudo aplicar en la universidad. “Eran clases de filosofía para filosofar de verdad”. Las vacaciones de verano y los fines de semana los pasaba en el pueblo, rodeada de campo, de ganado, cogiendo bichos y mostrándolos con sus veintitantos primos en la exposición “Expobicho”. La niña que de mayor quería ser actriz de profesión y de hobby alpinista. Justo lo que es ahora. “Aunque ser actriz me requiere mucho tiempo. Soy actriz de spots y de publicidad. Me mantiene en el equilibrio entre modelo y alpinista. Me da dinero y tiempo para poder escalar”.
Intenta rodearse de gente positiva, que le aporte cosas. Su padre le aconseja que tiene que estar con un pie en la tierra y otro en el aire, que intente mantener un equilibrio. “Pero tiendo a subirme por los aires y volar”, como Wendy cuando voló al País de Nunca Jamás de la mano de Peter Pan. Y dice: “Tengo cierta tendencia a equivocarme, no hago caso cuando quieren ponerme en mi sitio. Hasta que no me doy un buen golpe no paro. Pero pienso que también es importante darse ese golpe, es una experiencia más. Aprendo de ellas”. Lo tiene claro: “No me quiero perder nada, quiero experimentarlo todo”.
Dice que su mayor defecto es que es muy confiada, y con esa confianza le han dado algún palo. “Pienso que todo el mundo es bueno”. Su cabezonería, obstinación, insistencia, perseverancia y obsesión por la perfección la han llevado adonde está. “Pero a veces lo paso mal, me exijo mucho. Soy flexible y condescendiente con los demás y no sé por qué no lo soy conmigo misma”. No entiende esa contradicción, y le enfada ver las injusticias hacia las mujeres. “Que te traten diferente por ser chica. Se nos exige más por hacer lo mismo y eso no es justo”.
Su proyecto de vida es llegar a tener 80 años y seguir escalando. Sueña con eso. La muerte, ese momento en el que se acaba todo, le aterra. Y la soledad. “Estoy viviendo una vida divertida que requiere cierto nivel de soledad, que ahora me gusta porque me siento libre, pero en un futuro sé que me sentiré sola. Me gusta estar sola ahora, pero no toda la vida”. Y reflexiona: “También tengo miedo a las lesiones. A no poder seguir”. Inevitable. Fátima la aventurera ha vuelto.
Le aburren las conversaciones vacías. “A veces estoy con gente que hace tiempo que no veo y hablamos del tiempo. Eso me raya mucho”. Con Vicky, su compañera de cordada, se cuentan chistes malos en mitad de una vía, y riendo se les va la fuerza por la boca. “Eso ayuda a normalizar la situación. Le quitas esa carga emocional que conlleva soportar un montón de peso en el arnés y estar colgado a más de cien metros del suelo”. 



Como mujer, le doy las gracias por demostrar que con las uñas pintadas también se pueden escalar paredes, y que los términos ‘mujer’ y ‘alpinismo’ pueden compartir el mismo párrafo. Fátima Gil contradice los supuestos del que se dedica a la montaña: No viene de familia alpinista, no es robusta y rebosa sensibilidad. Y con esa naturalidad y dulzura en su voz, esta chica guerrera nos ha cogido de la mano y nos ha hecho escalar con ella la cara oeste del Picu Urriellu. Como cuando Peter Pan ínvitó a Wendy a soñar.

Sonia Linacero