Dos semanas inolvidables

Un año más, el verano se acerca y con él la esperada travesía del club. Del uno al catorce de agosto y desde Sallent de Gállego a Benasque, haciendo alguna visita al país vecino.

La travesía se presentaba con un recorrido exigente, pero sin ninguna dificultad. Tras formar un grupo inicial de 18 personas, explicar el recorrido y concienciar a la gente de que no iba a ser un paseo, esperamos la llegada del día uno con muchas ganas, ilusión y nerviosismo, sobre todo los que la afrontaban por primera vez.

Al final, el día llegó, y tras meternos en el autobús, por fin, ¡la travesía había comenzado!

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Primero en el autobús hasta Sallent, donde comimos e hicimos las últimas compras.

Después del reposo de la sobremesa empezó la marcha con dirección al llano Cheto, en el camino a Respomuso. Nos sentíamos fuertes, aunque notábamos el peso de las mochilas. Tras la Sarra, las primeras cuestas y el ritmo de marcha que empieza a descender. La etapa fue de aclimatación, para entrar en contacto con el medio.

Al día siguiente, 2 de agosto, nos esperaba la primera etapa con gran desnivel, que nos iba a llevar hasta los ibones Azules, pasando por el collado e ibón de Tebarray. El cielo estaba con nubes y claros, pero al final, aguantó. Se coronaron los picos de Tebarray (2.796 mts) e Infiernos (3.082 m), las primeras cumbres, aunque no iban a ser las úni cas. También nos encontramos los primeros neveros que produjeron algún que otro patinazo.

El tercer día amaneció lloviendo, pero esto no nos impidió seguir nuestro camino, que hoy nos llevaba hasta el refugio de Wallon, ya en Francia. La etapa se realizó casi en su totalidad entre la niebla, teniendo algún que otro despiste en el camino. Al caer la tarde, ya con las tiendas montadas, las nubes desaparecieron, quedando una bonita noche para ver las estrellas. Esta tarde se unieron varios compañeros más a la travesía.

Llegó el 4 de agosto y con él, el objetivo de llegar hasta las Oulettes de Gaube, a través del valle y collado de Aratille, la cabecera del valle de Bujaruelo y el puerto de Mulos. Esta resultó ser una de las etapas más bonitas de la travesía, con el macizo del Vignemale y su imponente cara Norte. En esta etapa tuvimos una nueva incorporación, pero también hubo el primer abandono. Durante el día disfrutamos de un cielo despejado, pero por la noche cayeron dos dedos de granizo y mucha agua haciendo ceder a las tiendas menos resistentes.El 5 de agosto amaneció algo nublado, pero se fue despe jando. Hoy la travesía nos llevaría hasta el valle de Ossau, donde acamparíamos, pero antes la mayoría subimos al Petit Vignemale (3.032 m), después, menos dos que decidieron subir a la Pique Longue (3.298 m), el resto siguió hacia el valle.

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El sexto día fue de descanso. Dos horas hasta Gavarnie. Compramos, bebimos, comimos, descansamos y, al final de la tarde, reemprendimos la marcha para buscar un sitio donde plantar las tiendas en el valle de Poney Aspe. Al final de la tarde el tiempo empeoró, incluso llovió, pero eso no impidió la sesión de chistes antes de ir a dormir, como había pasado la tarde anterior.

Al día siguiente amanecimos cubiertos por la niebla. Nuestro objetivo los llanos de Millaris. Decidimos hacer dos grupos, unos irán directos, por la Brecha de Rolando y la gruta de Casteret, y otros intentarían hacer la cresta que une el Casco (3.006 m), con el pico de Marboré (3.248 m). Los primeros, aunque con alguna dificultad en los neveros, llegaron al destino sin novedad. Los que iban a hacer la cresta, coronaron el Casco y la Torre (3.009 m), pero después, entre la niebla, sonó el trueno y con él nuestro camino giró rápidamente en dirección al refugio de Góriz, para luego volver al encuentro de nuestros compañeros. Cuando llegamos a Góriz, paramos a descansar, y al rato empezó una trágica tormenta. Los que estábamos en Góriz no podíamos salir por la intensa lluvia y abundante aparato eléctrico. A los que acamparon en Millaris, a parte de no poder dormir y mojarse hasta los huesos, no les pasó nada más grave.

El 8 de agosto salió un día bastante despejado. Al final, nos encontramos todos en Góriz, sanos y salvos, aunque con pena tras enterarnos de lo sucedido en Biescas.

El destino ahora es San Vicenda, teniendo que cruzar el cañón de Añisclo. Este día también se hacen dos grupos. El más numeroso bajó por el barranco de Fuen Blanca, hasta el fondo del cañón, para luego subir al refugio de San Vicenda. El otro grupo ascendió a la punta de las Olas (3.002 m) y pico Navarro (3.026 m), quedando sin ascender el Soum de Ramón y pico Rabadá a causa del mal tiempo al final de la tarde, todos estábamos juntos en San Vicenda.

El día siguiente, 9 de agosto, tenía como final Escuaín, pero pasando antes por Bestué, para comer y llamar por teléfono a nuestras familias. Fue una etapa de transición, pensando en la cena que nos esperaba en el albergue de Escuaín.

La décima etapa se desarrollaba entre Escuaín y el camping "Los Vives", en Saravillo, en la cual también tuvimos varias bajas. La etapa discurrió por zonas de media montaña. Este día tuvo un aliciente cultural con el dolmen de Tella y la visita voluntaria al pueblo de las brujas. Ya en el camping, nuestro destino era la ducha, una ducha en condiciones, hasta con agua caliente. Después compramos algo de comida, lavamos la ropa más sucia y después a cenar. Por último celebramos el cumpleaños de M.ª José en el restaurante del camping.

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Al día siguiente, coincidiendo con la resaca del cumpleaños, aparecieron los primeros problemas sanitarios de la trave sía, en la etapa que nos llevaría hasta Virgen Blanca. Por suerte, la etapa no era muy exigente y parte de ella, los más afectados y cansados, pudieron hacerla en coche. Los problemas se fueron solucionando y todo volvió a la normalidad, unos cenando en el bar-restaurante, y los otros fuera, en el césped. Esa noche, dos de los componentes de la travesía fuimos a dormir al refugio de Viadós, con la intención de hacer los picos de Eriste (3.053 m) y las Forquetas (3.007 m).

La etapa duodécima, discurría desde Viadós hasta el Forcau, en el valle de Eriste. La etapa discurrió con normalidad. Casi todo el mundo hizo el pico de la Forqueta, aún con el desnivel acumulado desde Viadós de 1.300 m.

Esa noche fue la más fría, las tiendas se quedaron heladas. La última etapa completa de alta montaña, la decimotercera, tenía como final el ibón de Escarpinosa, en el valle de Batisielles.

Esta etapa no tuvo mucho desgaste, ya que no había mucho desnivel, aunque algunos aún tuvimos fuerzas para subir el Pico Escorvets (2.902 m), magnífica atalaya de la zona oriental del Pirineo aragonés. Ya en el ibón, cayó el respectivo chapuzón, aunque rápido, ya que la temperatura del agua era bastante baja.

La última noche se pasó intentando no pensar en que al día siguiente estaríamos en Zaragoza. Mirábamos a las estrellas, intentando descubrir nuevas constelaciones, o tal vez algo que nos hiciera quedar por algunos días más en la montaña.

El último día se notaba la tristeza en los rostros, todo era bajada. Camino de Benasque, nuestra meta, a la que nadie quería llegar, pero que cada vez estaba más cerca. Ya en Benasque, tras una rápida comida, cogimos el autobús dirección a Zaragoza, pero con un pequeño incidente en el camino. Huesca estaba en San Lorenzo, y al salir el autobús de la estación, rompió un cristal contra una caseta de las ferias. Tras hacer el transbordo a un autobús nuevo, seguimos el viaje a Zaragoza, planificando, antes de llegar, la siguiente salida. Cuando estábamos ya en Zaragoza, algo nos impedía separarnos. Tantos días juntos compartiendo todo, y ahora decir adiós a los amigos que ya has conocido, pero con los que has compartido dos semanas que se te quedan grabadas para siempre.

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